Para
todas las personas, en general, y, en especial, para las que somos
madres y padres, la sonrisa de un niño es el tesoro más preciado.
La labor que hacemos las mamás que formamos parte del grupo de
teatro del colegio se ve recompensada cada vez que salimos a escena y
los niños y niñas hacen suyos los personajes y los relatos que
escenificamos. Merece la pena posponer las tareas matutinas, todos
los martes y algún que otro jueves, con tal de ver la ilusión
reflejada en sus caritas, o de que nos paren por la calle y nos digan
“tú eres Cleopatra”, o “tú eres la tortuga del cuento”.
Además,
suponen una gran satisfacción las sensaciones que experimentamos,
cuando el día de la representación nos disfrazamos, bajo un estado
de entusiasmo que deseamos contagiar a niños y profesores. La magia
del teatro nos invade, la emoción nos aturde, el textos se nos
olvidan, pero tratamos de darlo todo, con tal de que los niños y
niñas pasen un rato estupendo.
Todo
ello, unido al agrado de compartir el mismo espacio en el que
nuestros hijos se forman, hace que el esfuerzo de preparar una obra
nos compense sobradamente.
Mónica
Cobeta Abad (Madre de Pablo y Marta)